La tragedia (género teatral cuya historia hunde sus orígenes en la cuna misma de nuestra civilización occidental) es un instrumento conceptual muy útil para pensar el mundo de la subjetividad, la sociabilidad y la politicidad de los hombres, y esto por más de una razón. Primero, porque la tragedia debe lidiar con el mismo objeto con el que labora la política, a saber, el conflicto.
Segundo, porque la tragedia reflexiona sobre el carácter insanablemente frágil y precario de la vida de los individuos y de los pueblos, y cualquier reflexión sagaz sobre la política debe empezar también por esa constatación fundamental. Pero también la comedia (otro invento griego) ofrece elementos muy productivos para reflexionar sobre la vida individual y colectiva de los hombres, que acaso se sitúa siempre entre los polos "trágico" y "cómico" que estos géneros literarios ayudan a tematizar.
De ahí el interés del drama, que reúne y mezcla elementos de la tragedia y de la comedia, y que permite pensar quizás mejor que cualquiera de esos géneros la materialidad efectiva de nuestras vidas.
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