"En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento". Así comienza Nietzsche su texto "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral" de 1873. Con esta fábula pone en suspenso el conocimiento como instinto inscripto en la esencia de la naturaleza humana, poniendo en duda, más que el valor de la verdad, la inclinación humana por la misma.
Foucault toma este texto de Nietzsche como punto de partida para su pesquisa sobre qué prácticas sociales han producido qué sujetos y qué formas de verdad. Comenzando por Edipo de Sófocles, su investigación devuelve al conocimiento su carácter detectivesco, forzado, contingente: producto de la invención y de ningún modo inscripto en nuestra condición humana.
Freud saca a Edipo de su lugar y su poder en la tragedia, para colocarlo en el centro de la organización psíquica. Deleuze y Guattari hacen una poderosa lectura crítica de esta lectura freudiana, semillero de nuevas lecturas de la tragedia de Sófocles. De Quincey vio otro enigma en el enigma resuelto por Edipo y persiguió a la Esfinge. Y J. J. Goux ve en Edipo la figura prototípica del filósofo que rechaza los enigmas sagrados para instaurar la perspectiva del ser humano y del yo, y encuentra en las anomalías de este mito el rastro hacia el sujeto democrático y su intrínseca racionalidad.
Edipo quiere saber la verdad, pero no cualquiera ni por amor a la verdad. Para Nietzsche la verdad es una serie de metáforas, para Sófocles una irónica confluencia de la investigación con el destino. Hay algo que sigue inquietándonos en esta historia que navega, entre la inocencia y la culpa, en la cultura de Occidente.
Toda lectura, fuerte o débil, es una "mala lectura", dijo Harold Bloom; las fuertes no pretenden ser genuinas, producen otras interpretaciones. Estos malosentendidos son la materia con las que el animal humano inventa el conocimiento.
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